08 enero 2013

TRATADO DE LAS VIRTUDES


 
DE M. MARÍA EVANGELISTA

Movida de nuestro Señor y por su voluntad y obediencia –sin la cual una mujercilla miserable como yo y tan ignorante e insuficiente para ninguna cosa, no se puede atrever a hablar ni escribir, ni es razón que tal atrevimiento tenga–, diré en esta parte lo que nuestro Señor me enseñare. Pues para hacer esto no tengo otros libros ni otro maestro sino Su Majestad, el cual, con la luz que da a mi alma y con lo que le enseña y descubre de su voluntad, hablo y escribo lo que me manda y enseña. Y así diré, conforme a esto, lo que es de mi intento y de voluntad de nuestro Señor, que es tratar cuál sea, entre el estado de las virtudes, el más perfecto de ellas y cuál el menos, y cuál sea falsa o aparente virtud; y conforme a esto, cómo se podrán mejor conocer. Y cuáles son las verdaderas visitas y revelaciones de nuestro Señor y sus santos, y cuáles las falsas o aparentes de la imaginación o del demonio.

Y esto es lo que es más de mi intento. Y así digo que, así como hay oro falso y oro fino, y ese mismo oro fino [es] uno más perfecto que otro y más subido de quilates, así en las mismas virtudes y en el estado de ellas hay unas que son como oro falso, porque aunque parece que son virtudes y tienen esa apariencia, no lo son, sino vanidad y mentira. Y hay otras también sin estas que, aunque es verdad que parecen y que realmente lo son, son muy bajas y de muy poco valor. Pero hay otras también sin estas que son como oro finísimo de veinticuatro quilates, las cuales son una excelentísima disposición para que nuestro Señor obre en el alma que está en tal estado de perfecta virtud. Y la posee y tiene sus abundantísimas y particulares misericordias y mercedes, visitándola por sí mismo y por sus santos, comunicándose con la tal alma y comunicándole sus secretos divinos y soberanos.
Y así, cuando la tal alma dijere que tiene visitas y revelaciones de nuestro Señor, mucho camino hay andado para que se pueda entender y creer que es nuestro Señor el que hace esas obras. Mas, por el contrario, cuando no hay en el alma esta perfección de virtud ni esta disposición, sino que tiene aquella virtud más baja y de pocos quilates, no hay tanta seguridad ser nuestro Señor el que hace esta obra si dice que la visita nuestro Señor, sino que por ventura lo hacen y mueven otras muchas y diversas cosas que pueden hacer esto.
Y así, digo que para ir declarando lo que es mi intención, que hay una virtud en algunas almas falsa y aparente, porque estando llena la tal alma de vanidad y liviandad, quiere mostrar y muestra una falsa y aparente virtud. Y yo no hablo aquí de esta, tanto como eso, ni quiero tratar mucho de ella, porque cual es la causa tal será el efecto de ella. Y así digo que cual es la virtud del alma tal será la obra y el efecto que de ella saliere.
Y así, por la mayor parte será vanidad y mentira lo que saliere del alma vana y llena de aquella falsa virtud; sino lo que digo y de lo que quiero tratar más en particular, es que sin esta falsa virtud hay otra que, aunque no lo es, no es tampoco de las que merecen nombre de oro muy fino. Y esta es una virtud natural que mora y está en algunas almas, la cual tiene su principio y por ventura llega a tener su fin en el natural con que nuestro Señor la crio. De manera que con ese vive y ella por sí no ha adquirido ni adquiere nada, ni ha granjeado ninguna cosa, sino que así vive con tibieza y con aquel natural con que nuestro Señor la crio, sin aprovecharse de él para con él llegar al perfecto amor de Dios; ni ir obrando, con esa virtud natural que nuestro Señor le ha dado, obras que nazcan más de un perfecto amor de Dios, que no ya de buen natural e inclinación.
El alma que esta virtud tuviere, no está en buena disposición para que nuestro Señor obre en ella estas particulares obras suyas de que aquí hablamos. Y así, quien esta virtud tuviere y tuviere con ella esas otras cosas particulares de que hablamos, yo no daré mucho crédito a ellas. Y el modo que puede haber para conocer ser esta natural virtud y no perfecta ni nacida principalmente de un perfecto amor de Dios, es en que toda la vida se está esta alma en un ser y se va a un paso, sin subir ni medrar en la virtud y perfecto amor de Dios. Y que nunca tuvo ni tiene dificultades que vencer, ni tampoco propio conocimiento que la trastorne y revuelva, y la haga avivar y le ponga espuelas para salir de esa tibieza y flojedad, y caminar a buscar con él la perfecta virtud y amor de Dios que no tiene. En estas y en otras cosas se podrá conocer la falta que hay en esta virtud.
Hay otra virtud también sin esta, que no es tampoco de buena disposición en el alma para que nuestro Señor obre en ella estas misericordias suyas de que hablamos. Y esta es una virtud también natural, aunque diferente de la pasada, que está en el alma que la posee y tiene. La cual la inclina y aficiona naturalmente al bien y a todo lo que es virtud, de tal manera que realmente la busca y la desea con muchas veras, porque como la virtud de suyo es una cosa tan buena y amable para todos los ánimos bien compuestos y de buen natural y razón, quien este buen natural tiene algunas veces se va con él tras la virtud y todo lo que le parece bueno, con grande fuerza y prontitud. Y más si ahí se mezcla –como será por ventura muy de ordinario– algún poco de natural apetito y un deseo muy interior y secreto de aventajarse y engrandecerse, y desear y alcanzar y poseer todo lo que desea y le parece bueno o razonable.
Hácele entonces desear la virtud con mucha más eficacia y vehemencia; y una de las pruebas para conocer no ser esta virtud de las que decimos que son como oro fino de veinticuatro quilates, es esta: ver esta alma de tal suerte aficionada a lo que desea, aunque sea o parezca virtud y oro fino, que parece que por alcanzar lo que desea revienta, y lo desea con tal fuerza y tan sin medida, que la hace vivir con una pena y desasosiego y desconsuelo, que parece que no trae contento ni paz jamás en su alma.
Y para que pueda conocer la persona a cuyo cargo está el mirar y encaminar esa alma, el afecto y hondura de ella, y aunque solo nuestro Señor es bastante y poderoso para alcanzar esto con efecto y verdad, mire si esta alma se aficiona con afecto y voluntad algunas veces a algunas o alguna cosa fuera de la virtud, aunque no sea mala, como es amor de alguna cosa particular que sea hacienda, u honra, o amor de parientes, u otra cosa semejante. Si algo de esto se le pega a la tal alma, señal es que aquel buen natural que decimos, aunque tampoco por sí solo tiene verdadera sustancia, anda también unido con esta falta de desear y apetecer con exceso lo que se le antoja y querría. Cuando esta virtud está y mora, y le parece y dice que le apareció nuestro Señor y sus santos y le hablan, yo no aseguro eso por verdadero.
Hay otra virtud que es la verdadera y como aquel oro finísimo que decíamos, la cual está y mora en el alma a quien nuestro Señor ha hecho merced de darle e infundir en ella esta tan rica y preciosa joya. La cual virtud mira y se endereza perfectísimamente a solo Dios; y por Él obra y en Él solo tiene hecho su asiento; y a Él solo mira y desea en el más interior suyo. Y sus deseos y movimientos, en aquel particular de obrar virtud y ejercitarla, no parecen que tienen ya parte en el buen natural ni en otra cosa que la pueda mover a hacer aquellas obras y actos de virtud, sino solo su Dios y Señor, que es el que tiene ya como tomada la posesión de su casa y de su alma. Y de esta manera nacen de Él todos sus deseos y sus obras y a Él vuelven.
Y cuando por parte del demonio, o del natural estragado y vicioso con que nacemos y traemos siempre a cuestas por cruz bien pesada, por bien que lo queramos refrenar y domar, se levantare en esta alma algún terremoto de tentaciones y contrariedades, que parece que en aquel tiempo anda todo revuelto, y el natural tira por sí; y en alguna manera parece que él se quiere hacer el señor y el mandón, y algunas veces parece que sale con la suya en algunas cosillas, y sin licencia parece que sea, y lo del pie a la mano un poco; cuando esto se moviere en esta alma virtuosa que así tiene hecho su asiento en el Señor, no hay que pensar por eso ni por pensamiento que no es esta verdadera virtud, ni que no está arraigada en el alma. Antes es, sin duda, que saldrá de ahí mucho más firme y más segura y más perfecta, y por ventura más agradable a los ojos de su Dios y Señor, con el sentimiento y dolor de esas culpas, y con el conocimiento más claro de su miseria y poquedad, y de la bondad de nuestro Señor que la sufre y perdona.
Y una de las verdaderas señales que puede haber, sin otra que diré, para conocer la verdadera virtud es esta: si saca, con la misericordia de nuestro Señor y con su ayuda, este provecho que hemos [sacado] de las faltas en que cayó por su miseria algunas veces; y muchas [veces] será permisión de nuestro Señor para mayor bien de esta alma, a quien Su Majestad tanto ama. Y así, tengo por mejor en alguna manera estas faltas, pues muchas veces saca nuestro Señor, por su bondad y sabiduría, sobra de bienes, que aquellas como sobras de virtud que decíamos de aquellas almas, que no las mueve tan perfectamente a obrar solo el amor de nuestro Señor, sino aquellas causas y naturales que decíamos.
La otra señal de verdadera virtud y perfecto amor de Dios, es que nunca el alma que la tiene y posee se pega con efecto a ninguna cosa de la tierra, sino que todo lo trae debajo de los pies. Y solo su Dios es su bien y riqueza, y su principio en todas las cosas y su último fin de ellas. Y digo con efecto, porque bien podrá ser que haya algunos acometimientos, mas no la derriban, y que adelgace un poco, mas con la gracia de nuestro Señor no quebrará.
Dicho he ya y declarado como he podido, lo que nuestro Señor me ha enseñado para conocer algo del estado de las virtudes; y cuál es virtud falsa y cuál es virtud de pocos quilates y de no tanto valor, aunque obrada con caridad; y también lo que es virtud perfecta y como un oro muy fino de veinticuatro quilates. Diré ahora, con la gracia de nuestro Señor, lo que es más de mi intento y voluntad de nuestro Señor.
Y así digo que, [en] cuanto a lo que toca a aquella falsa y aparente virtud que dije, que aunque lo parecía no lo era ni hay que gastar mucho tiempo en eso, porque, como he dicho y es cosa bien sabida, todo lo que saliere de mentira y vanidad será mentira y liviandad por la mayor parte, si no fuese algún caso raro y muy extraordinario en que la sabiduría infinita de nuestro Señor quisiese, por sus altos juicios, manifestarse y comunicarse, y hablar algún secreto suyo para algún alto fin a aquella alma perdida y aborrecida en sus ojos por su pecados y vanidades, como lo hizo Su Majestad con San Pablo, perseguidor de su Iglesia. Y así, cuando Su Majestad tal cosa hiciere alguna vez, ello se descubrirá bien presto ser Su Majestad el que hace esas maravillas y esa obra por los efectos que obrará en esa alma, los cuales será dar luz para conocerse y enmendarse de sus pecados y vanidades, y tener efecto y sustancia de bien en lo que se le ha descubierto y se le ha dicho de parte de nuestro Señor.
[En] cuanto a la virtud natural que dije que mora y está en algunas almas desde su principio –lo cual es una muy particular misericordia que nuestro Señor hace a aquella alma, en criarla con aquel buen natural, porque es una muy excelentísima disposición para obrar perfectamente las obras de su servicio–, o si de hecho aquella alma floja se supiera aprovechar, digo así: que no tengo por buena disposición la de esta alma para que nuestro Señor la visite, ni obre en ella estas particulares misericordias de que hablamos. Y así, yo no doy mucho crédito a esto, porque la comunicación ordinaria de nuestro Señor con el alma que tal virtud tiene –como esta de que tratamos–, son inspiraciones suyas para que la tal alma vaya adelante en aprovecharse en la virtud y salga de aquella flojedad en que vive; y procure, con su buen natural que nuestro Señor le ha dado, caminar por alcanzar la verdadera virtud y perfecto amor de Dios. Y también le dará Su Majestad muchas veces un gusto y suavidad grande en la consideración y meditación de los misterios de su santísima vida y muerte, y todo para llevarla al fin que Su Majestad desea. Porque como Su Majestad la ama y amó tanto desde su principio, y por ese amor que la tuvo y por su bondad, puso los ojos de su misericordia en ella para darle ese buen natural y disposición para su mayor aprovechamiento. Y yo no tengo duda, sino que siempre la irá ayudando con estas misericordias suyas para que de esa manera se vaya aficionando a Su Majestad y a lo que es más perfección de virtud.
Esta es la más ordinaria comunicación con nuestro Señor con esta alma; porque esotras cosas particulares témome que no, y que podrán tener su lugar en lo que diré. Que es que, como esta alma tiene esta virtud, no es tan perfecta ni tiene tanto conocimiento propio, ni tampoco tanto conocimiento de la grandeza y sabiduría de Dios, y se siente así regalada muchas veces de nuestro Señor. En lo que digo, toma de allí por ventura ocasión, y antójasele que lo que es vista imaginaria lo es intelectual y lo que es espíritu propio es espíritu de nuestro Señor, como no es muy sabia y se conoce poco para dar lugar a la imaginación.
Y así en eso, como dicen, se va del pie a la mano. Y el demonio procura también meterse en eso como mejor puede, lo cual no tendría todo tanto lugar si aquella alma tuviera perfecta virtud y verdadero conocimiento propio. La cual falta es el mayor mal que tiene, porque si tuviera este conocimiento tan necesario, vería y conocería con él que no es merecedora ni digna de esas honras, ni de esas visitas y hablas de nuestro Señor, ni son ahora para ella, sino irse en esa parte por su camino ordinario. Esto me parece del estado de estas almas, hablando en general y lo ordinario, porque dejo aparte algún caso extraordinario de los juicios altísimos de la sabiduría de nuestro Señor. Y cuando eso fuere, yo tengo para mí que ello traerá consigo un sobre escrito, bien claro, en que se conocerá ser nuestro Señor el maestro de esta obra por los efectos que hubiere en esa alma o por otros bienes que de ahí resultan.
Pero, aunque es verdad esto y yo lo creo así, estoy por decir que antes creería de la bondad de nuestro Señor, que Su Majestad habla y hablará alguna vez a aquella alma perdida que decíamos, para algún alto y necesario fin, que a esta de que ahora hablo, que tiene esta virtud imperfecta y no muy levantada. Y esto por dos razones que diré: la una, y muy principal, es la grandeza de la bondad de nuestro Señor, por la cual se digna Su Majestad de poner los ojos de su misericordia en aquella alma perdida y tan necesitada de su favor y misericordia, que si no es con tal fuerza y tal obra de su poderosa mano, sin duda se perdería y quedaría para siempre ahogada en aquellas miserias y hecha esclava del demonio.
La otra razón es que conviene que Su Majestad haga alguna vez estas obras tan grandes para animar y dar consuelo a los pecadores y flacos. Y también conviene esto para su mayor gloria, para que, de esa manera, sea más conocida su bondad y poder infinito, y su grandeza y omnipotencia, con la cual puede todo lo que quiere. Y no haciendo agravio a unos, usa de crecidas misericordias con otros, todo lo cual no tiene tanto lugar en el estado de estas almas que ahora he dicho. Y así como nuestro Señor es tan sabio y bueno, así tengo entendido y creído que hace sus obras adonde son más necesarias y provechosas para las almas, y adonde de ellas ha de resultar mayor bien al mundo y mayor gloria a Su Majestad.
La otra virtud que dije, que no era tampoco de buena disposición para que nuestro Señor obrase en ella estas particulares misericordias suyas de que hablamos, es aquella de que dije que se mueve más por su apetito y natural vehemente y por su provecho, aunque no sea malo, que por solo nuestro Señor, aunque esto no lo conoce ni entiende bien. Y este es el mayor mal que por ventura tiene y el mayor inconveniente para aprovecharse en la virtud: no conocer sus pasiones.
Y así me parece que si esta alma dijere que tiene visitas y hablas de nuestro Señor y de sus santos, que tampoco le daré mucho crédito a eso, como dije. Porque será cosa muy cierta que nuestro Señor no se comunicará de esa manera con almas tan imperfectas, si no fuese en algún caso extraordinario. Y esto será muy pocas y raras veces, en que la Majestad de nuestro Señor quisiere mostrar su bondad y sabiduría en manifestar algún secreto suyo a esta alma, y tomar esta persona por instrumento suyo para hacer alguna grande obra y de grande provecho y bien para las almas, por el talento y disposición que por ventura Su Majestad halla en ella de habilidades y fuerzas y talento para emprender cosas grandes. Porque el natural de esta alma, vehemente, y como atrevido, tiene cuanto es de su parte disposición para obrar. Porque aunque es verdad que no tiene nuestro Señor necesidad, ni por pensamiento, para hacer lo que quiere y es su santísima voluntad de estos aparejos y disposición, sino que podrá Su Majestad, muy bien y sin ninguna dificultad, hacer eso en otra alma y en otra persona que tuviere más perfecta virtud que esa, aunque no tuviese esotras partes, es muy amigo Su Majestad de llevar las cosas como por su orden de ganar con una mano dos juegos o más. Y aquí hace Su Majestad eso, pues de esta obra resultará acrecentamiento de virtud en esa alma y consuelo para los de flaca virtud, y muy grande gloria a Su Majestad.
Mas, dejando aparte estas obras grandes de Su Majestad y estos casos tan raros y extraordinarios, y hablando en lo más común y ordinario, digo que en estas almas que tal virtud tienen, como esta de que ahora he hablado, aún me temo yo más que de estas pasadas de que hablamos de los engaños del demonio, porque están más dispuestas para ser engañadas de él, por aquel natural apetito impetuoso que tienen de desear cosas mayores y más aventajadas, pareciéndole que la bondad de las cosas que desea la asegura, y no mirando a la hondura y a la raíz del corazón, de donde salen esos deseos y ese apetito de la virtud, que por ventura no es solo Dios.
Aunque ella no lo entiende bien, porque los deseos del alma, y principalmente los que son de virtud, han de tener su principio y también su fin en solo Dios, porque si no es así va muy defectuosa la obra y muy falta. Y en esto no ha de haber mezcla de desear el alma cosas grandes para sí sola, sino que de tal manera ha de estar dispuesta a desear perfecta y verdaderamente a nuestro Señor, y su gloria y su voluntad, que si Su Majestad quisiese –que no quiere ni querrá por cierto– darle poca virtud, con esa se ha de contentar. Y humillarse y trabajar con verdad por buscar y alcanzar la perfecta virtud, en la cual se halla nuestro Señor; y su amistad y su gracia, que es la que sola harta las almas que de verdad lo buscan y desean.
Y digo que están más dispuestas estas almas para ser engañadas con ilusiones del demonio, porque con aquel deseo grande y demasiado que tienen de virtud y de aventajarse en eso, pareciéndoles que es virtud y no vicio lo que desean –que así no hay medida para esto–, entra el demonio allí diciendo a aquella alma que está llena de buenos y grandes deseos de servir a nuestro Señor. Y hácela increyente esto a aquella alma, y encubrir la falta que en esto hay y tiene. Y así, procura hablarle y engañarla disimuladamente, y hacerla que guste de eso y que lo desee, para poder después mejor hacer su hecho y engañarla con algunas mentiras. Y decirle que es muy buena y justa cosa desear lo bueno y lo que es mejor para bien del alma y gloria de nuestro Señor. Y que por qué no se ha de desear eso y que pluguiera a Dios que tuviera ella tanta virtud que mereciera que nuestro Señor le hablara y visitara.
Mas, el discreto y virtuoso confesor –de las cuales dos cosas tiene harta necesidad para conocer de este particular y menester, y si algo de esto le faltase, mayormente lo primero, yo no querría para mí tal confesor–, conocerá ser estas hablas del demonio en la sustancia de la virtud de esa alma, la cual podrá probar como he dicho. Y también lo conocerá en el poco o ningún fruto que esa alma saca de esas hablas. Antes, si bien lo mira, se verá y conocerá que cada día se van arraigando más en esa alma aquestas faltas y creciendo en ellas, porque esos son los provechos y frutos que saca el alma de esas hablas y mal lenguaje del demonio, y de esas lisonjas y engaños suyos con que procura arruinarla y destruirla.
La misericordia y merced que yo creo que nuestro Señor le hará a esta alma, y de la manera que la visitará por su bondad y por el grande amor con que la ama, y a lo que yo le daría crédito si me dijese que tal tiene, será inspirarla secretamente y blandamente –como Su Majestad ve y conoce que aquella alma lo ha menester– conforme aquel natural suyo. Y esto hará Su Majestad una y muchas veces para que, de esa manera ayudada de su misericordia, entre en ella la paz de los buenos y verdaderos deseos, y vaya soltando lo que es demasía en el natural, y abrazándose con lo que es verdadera virtud y perfecto amor de Dios. Y esta tal alma no está tampoco dispuesta, a mi parecer, para que nuestro Señor se le comunique con bendiciones de dulcedumbre. Esto es lo que me parece del estado de esas almas.
[En] cuanto a la postrera y perfecta virtud que decíamos que era como aquel oro finísimo de veinticuatro quilates, digo que es una muy buena y excelentísima disposición para que nuestro Señor obre en esa alma que la tiene, por su bondad y sabiduría y misericordia, esas particulares misericordias suyas de que hablamos, visitándola por sí mismo y por sus santos, y comunicándose con la tal alma, y descubriéndole secretos suyos divinos y soberanos que le sean como una muestra y prueba de lo que Su majestad, por su bondad y misericordia, le ha de dar a ver y gozar en el cielo.
Y en tanto es esto verdad, que creo yo de la bondad de nuestro Señor y lo tengo por sin duda, que ninguna alma de estas tan dichosas que han alcanzado esta perfecta virtud, por la bondad de nuestro Señor y ayudándose ellas de su parte con lo poco que pueden, dejarán de recibir de Su Majestad algunas de esas misericordias suyas, más o menos, según su santa voluntad y sabiduría infinita y disposición de aquella alma. Dejando aparte algún caso particular y extraordinario en que nuestro Señor quiera –por lo que Su Majestad sabe– llevar a alguna alma por otro camino no tan andado ni usado, mas lo común y ordinario de la bondad de nuestro Señor es lo que digo, y cuanto más perfecta y levantada virtud tuviere el alma, tanto más tengo para mí, por sin duda, que tendrá de comunicación con nuestro Señor y Su Majestad con ella, y tanto más recibirá de su mano de estos dones suyos particulares y divinos.
Y si no hay mucha comunicación de nuestro Señor con las almas, yo tengo para mí que la falta está en la imperfecta virtud de ellas, porque nuestro Señor y su bondad siempre es el mismo que ha sido, y no puede mudar ni ha mudado de condición jamás. Y bien sabemos las misericordias que Su Majestad ha hecho a las almas aventajadas en virtud. Y así digo, conforme a esto, que cuando el alma que tal perfección de virtud como esta que hemos dicho tuviere, y dijere que le habla nuestro Señor y la visita, y sus santos, y se le comunica, yo digo que lo creo y lo tengo por verdad. Porque aunque es verdad que el demonio procurará muchas veces –y lo procura con efecto– transformarse en ángel de luz para ver si podrá engañar [a] aquella alma, como lo ha hecho con otros muchos santos muchas y diversas veces, mas será eso de tal manera que espero yo en la bondad del Señor y en el amor con que Su Majestad ama [a] aquella alma, que no tendrá efecto su intento; y aunque a los principios, que es en el tiempo que esto puede tener más peligro, adelgace, no quebrará. Y siempre espero en nuestro Señor y en su bondad que, por la mayor parte, el demonio ha de quedar en esta empresa corrido y vencido, porque Su Majestad tiene muy particular cuenta con la tal alma y no la dejará en los dientes y engaños de sus enemigos. Y ella también se andará siempre tras Él y en su busca. Y así saldrá bien de todo.
Y aun esto que digo, es y lo entiendo en los principiantes en la perfecta virtud, porque esa misma virtud perfecta tiene su principio y su medio, y otro que parece como fin por la alteza suya, porque de esto, tras almas aún más perfectas y de más crecida virtud, mucha más seguridad hay y se puede tener por la misericordia de nuestro Señor. Porque son ya como criadas viejas en la casa de su Señor, y como hijos mayores en la casa de su rey, y como esposa en casa de su esposo amado y señor, que lo conoce, como acaso le hemos [oído] decir, como a sus manos; y sabe y entiende su condición y lo conoce en el hablar y en su trato y comunicación, y en el modo que en eso tiene; y conoce y entiende estas obras de su misericordia, cómo las hace y las obra en el alma.
Y así, el alma que por la bondad de nuestro Señor ha llegado a tener tal virtud y tal comunicación con nuestro Señor, mucho camino tiene andado para conocer el mal lenguaje del demonio, por la gran diferencia que hay de la comunicación y trato de su amado Señor y bien suyo, al mal lenguaje del demonio. Y no solo en las hablas y comunicación se conocerá esto, sino también en los deseos y efectos que obraron en el alma, los cuales son las más verdaderas señales por donde se conocen y disciernen los espíritus.
Y así, el alma que de esta manera que hemos dicho ama a su Dios y Señor, y lo entiende, se va tras Él como la oveja inocente se va tras el silbo de su buen pastor y defensor, y huye del enemigo que la quiere hurtar y engañar. Y así será esta alma amparada y defendida por este divino y soberano pastor, y señor y esposo suyo.
Y porque dije que en el modo de la comunicación y lenguaje de los espíritus, y en los deseos y efectos que causan en el alma, se conocían y discernían los espíritus, diré algo por cumplir con esto. Y lo menos que pudiere porque, como he dicho, cuando caen las cosas sobre tan buen sujeto y perfecta virtud del alma, lo más ordinario es ser nuestro Señor el autor de esa obra, y el maestro de esa alma para encaminarla a la verdad suya, y conocer y huir [de] la mentira del demonio.
Y así digo, en cuanto a lo primero, que el espíritu de nuestro Señor es de amor, y de bondad, y de sabiduría, y de paz, y de suavidad, y de consuelo, y de fortaleza y firmeza en lo que Su Majestad dice, y de imperio y señorío que Su Majestad tiene y muestra sobre aquella alma a quien Su Majestad se comunica. De tal manera que, no haciéndole fuerza para que vea y entienda lo que Su Majestad quiere enseñarle y descubrirle de sus divinos secretos, suavemente y con consuelo y sin pena de aquella alma, se la hace de tal manera que, aunque quisiera aquella alma salirse afuera para no ver ni entender aquello que nuestro Señor le quiere mostrar y descubrir, no le da nuestro Señor lugar ni licencia para eso.
Y después que ha pasado aquella comunicación o visita de nuestro Señor o de sus Santos, queda el alma consolada, aunque el demonio procura algunas veces perturbarla en ese tiempo y poner dudas y temores en aquel particular, ya que le parece que no puede por otro camino. Y más, si esta alma es temerosa apretará en eso todo lo que pudiere; mas como esta demasía es obra del demonio, luego de ahí a muy poco le deshace como humo aquella demasía y vanidad.
Y queda el alma consolada como he dicho, y admirada de tal sabiduría y bondad, y de tal modo de trato y comunicación de aquella soberana Majestad con las almas; y queda más encendida en su divino amor, y más humillada y más llena cada día de su propio conocimiento, y más olvidada y dejada de las cosas de la tierra. De tal manera que, en aquellas misericordias que el Señor le hace, va creciendo cada día y como de poco en aquella vida virtuosa en que vive, y aumentándose en aquellas admirables virtudes.
Y esta es la principal señal de que es nuestro Señor el maestro y autor de aquella obra y el que la hace. Y aquel afecto de admiración que dije que tiene el alma en este particular de la comunicación de nuestro Señor con ella, me parece a mí que siempre tiene más fuerza en el alma a los principios que nuestro Señor se le comunica, que cuando ya Su Majestad la trata más y más de ordinario. Mas el amor y temor suyo y santo, y el recato y respeto que debe tener en todas las obras que hace del servicio de nuestro Señor, y de las misericordias y mercedes que de su santísima mano recibe siempre, crece en el alma a quien nuestro Señor se comunica. Lo contrario de lo cual obra el demonio con sus hablas y mentiras y mal lenguaje, con lo cual la deja, por bien que lo quiera disimular, con otros dejos y efectos en ella cuando se atreviere a hablar y a hacer esto, los cuales –como he dicho– se conocerán bien en semejantes almas, con la gracia de nuestro Señor.
Esto es lo que me parece del estado de estas almas a quien nuestro Señor, por su bondad, ama tanto. Por el cual amor que Su Majestad les tiene, sin haber extraordinaria ni particular causa –como dijimos que Su Majestad quería que la hubiese para comunicarse y descubrir algún secreto suyo a aquellas almas no tan perfectas–, y sin haber otro fin más de esta infinita bondad y aquel grande amor con que Su Majestad las ama y el amor con que ellas también aman a Su Majestad, se digne y quiere y es su voluntad comunicarse de esta manera con ellas; y visitarlas por sí mismo y por sus santos, a la manera que un gran príncipe y rey y señor se podía comunicar y descubrir sus secretos a algunos criados de su casa y privados suyos, por una de dos causas: la una, para mandar a aquel criado suyo, con quien Su Majestad habla, hiciese y emprendiese alguna cosa de grande importancia, de la cual había de resultar algún gran provecho en su estado o reino o casa; la otra, no ya por esa razón ni para ese fin, sino porque aquel criado suyo, con quien habla y se comunica y a quien descubre sus secretos, lo ama tanto que por solo ese amor que le tiene, sin otra ocasión, apenas tiene cosa en su pecho o en su corazón que no se la descubra, y la trate y comunique con él, y guste de eso y de darle contento en todo lo que quisiere y pidiere. Porque sabe y conoce muy bien que ese criado y privado suyo lo ama con todo su corazón y alma, y desea, cuanto es de su parte, su mayor honra y gloria, y acrecentamiento de su casa y estado y de sus vasallos.
Y así, el rey y príncipe, como señor absoluto de su casa y estado y de sus criados, manda como quiere, y a estos buenos, fieles y leales criados suyos, gusta y es su voluntad de gratificarlos y agradecerlos y pagarlos con tan larga mano ese amor y lealtad que le tienen, y esa tan buena voluntad con que le tienen y esa tan buena voluntad con que le sirven, comunicándoseles de esa manera y haciéndoles tan crecida merced.
Así sea nuestro gran Dios y rey y príncipe soberano con estos privados y criados suyos, que son estas almas que así lo aman y sirven con todas sus fuerzas, y con tal lealtad y voluntad que podrían y darían por Él su vida y mil vidas que tuvieran, y todo les parecería poco por el grande amor con que lo aman.
Lo que resta ahora que decir es que, para que el padre espiritual acierte a gobernar, a cuenta de nuestro Señor, y conocer el estado de estas almas, conviene mucho que no carezca de dos o tres cosas muy principales que para acertar en esto se requieren y son menester.
La primera es una perfecta virtud y caridad, con la cual, amando a nuestro Señor con todo su corazón, ama también aquella alma que Su Majestad le fía, dada a su cargo para ser maestro suyo y guía en el camino de la virtud; y la desee y quiera en ella no otra cosa sino solo lo que fuere más agradable y de más gloria de Su Majestad.
La segunda es prudencia y discreción muy grande, para saber poner en su lugar y peso las cosas que convienen al estado de aquella alma, mirando con atención y oración, y procurando, como mejor pudiere, conocer y entender su virtud y espíritu; no fiándose ni creyéndose ligeramente de todo lo que a primera faz le parece virtud y espíritu, porque si en esto hay engaño es una cosa que trae consigo grandes males y daños para aquella alma, los cuales sería largo de contar y referir. Y así, solo diré este que es bien grande a mi parecer, y es que cuando el demonio trae a sí un alma engañada por este camino, se va cada día como enseñoreándose de ella y tomando allí asiento y como la posesión de aquella casa, para ir poco a poco destruyendo aquella alma, y, al cabo, engañarla con algunas mentiras suyas. Este y otros daños trae consigo este mal y engaño.
La tercera cosa, y muy principal, es que sea hombre de espíritu y comunicación con nuestro Señor, para que de esa manera conozca y entienda qué es espíritu, y trate con nuestro Señor. Y no lo condene todo y traiga por ventura las almas santas a quien nuestro Señor, por su bondad infinita, visita, y con las cuales se comunica, y a quien Su Majestad enseña a vivir por obediencia, y por parecer ajeno afligidas y turbadas. Y cuanto es de su parte haciendo esto, [no] ponga impedimento a las obras y operaciones del Espíritu Santo por la continua resistencia a ellas, porque aunque es verdad que nadie puede resistir las obras de nuestro Señor, ni es poderoso para eso –porque, en fin, a la larga o a la corta se han de manifestar y descubrir sus obras y grandezas–, con todo eso, quiere Su Majestad que no lo resistamos con efecto ni desconozcamos de esa manera sus obras y su bondad, sino que conozcamos que es el mismo Señor que siempre fue, y tiene esta misma bondad que siempre tuvo, y que, como sabemos que por esta bondad suya se ha comunicado a muchas almas santas, también puede y quiere comunicarse ahora a las almas que Su Majestad ama y le sirven con verdad.
Porque si no hay discreción santa en esto, ni el confesor quiere atender a este particular ni mirar en eso, no sería mucho que nuestro Señor se ausentase –no de esa alma para lo que fuere de más bien y provecho suyo, aunque la desecha de sí por la obediencia suya que le manda obedecer a sus mayores y maestros; antes, amándola, la mirará y consolará y proveerá a su tiempo de otro maestro–, sino que, permitiendo Su Majestad esta aflicción en esta alma –de ausentarse de ella por este camino para su mayor bien–, encubrirá su luz en castigo de aquella falta a aquel maestro, y se quedará en aquel engaño y oscuridad, sin ver ni entender la luz de nuestro Señor, ni las obras particulares de sus grandezas, y de su bondad y misericordia y amor con que Su Majestad ama a las almas; las cuales, si conociera y entendiera por ventura, le fueran de gran provecho y bien, no solo para su alma, sino también para otras almas. Porque con una candela encendida se suelen encender muchas más, si hay quien la apague de la manera que digo, porque matarla no será posible. Por ese camino no podrá dar esa luz tan clara ni encender otras con esa facilidad. Y así conviene mucho mirar esto.
De estas tres cosas me parece que tiene muy particular necesidad el confesor y padre espiritual para el gobierno de semejantes almas. Plegue a nuestro Señor por las entrañas de su misericordia y bondad infinita, dé a los tales maestros y padres espirituales su abundantísima gracia para que acierten en este particular, y en todo, a hacer su santa voluntad.
Y a las almas que semejantes cosas tuvieren, les dé salud y santísima gracia para acertar en todo a hacer su santa voluntad. Y les dé Su Majestad el maestro y gracia que les conviene para su mayor gloria y aprovechamiento de sus almas.
Amén.

 

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