28 diciembre 2015

DISCURSO DEL POSTULADOR GENERAL DE LA ORDEN CISTERCIENSE

EN EL CAPÍTULO GENERAL DE 2015


            Aun pudiendo parecer extraño, mi intervención tendrá como base el título de una famosa frase de Cicerón: Cicero pro domo sua, por lo que yo hablaré a mi favor o mejor, a favor de la santidad proclamada por la Iglesia. Me  gustaría hacerlo comenzando con las palabras del grande teólogo Hans Urs von Balthasar que escribe sobre Teresa de Liseux e Isabel de la Trinidad: “Dios mismo pone (a los santos) como hitos, como signos distintivos, como ejemplos válidos y explicativos del Evangelio para hoy y quizás también para los siglos futuros. Ciertos santos “se abaten sobre la Iglesia como rayos celestes, en cuanto deben hacer conocer la voluntad única e irrepetible de Dios”. El pueblo de Dios en seguida advierte que ellos son grandes regalos que Dios les da, no solamente como “patronos” para invocarlos en determinadas necesidades, sino luces puestas por Dios en medio de la Iglesia  para calentarla e iluminarla. Para el pueblo representan sobre todo una nueva forma de imitación de Cristo sugerida por el Espíritu Santo”.[1] Surge espontáneamente preguntarnos si estamos verdaderamente convencidos que los santos son Grandes regalos de Dios, o bien ¿pensamos que son una “creación” de la Iglesia para sonsacar dinero a los fieles con los procesos de canonización o para favorecer los deseos de un pueblo ignorante? Perdonad esta pregunta pero, desgraciadamente, está constatado que el prejuicio sobre este tema está muy difundido; después daré breves ejemplos.

             En estos cuatro años en los cuales he desarrollado el cargo de Postulador General, he tenido la impresión, espero que equivocada, que no se comprende plenamente el “Estupor y admiración por los Santos, esplendor de la Iglesia y gloria de la humanidad”[2].

            Concretamente en mi nombramiento aprobado por la Congregación de la Causa de los Santos el 25 de noviembre del 2011, he encontrado  presentes en la congregación, las siguientes causas:

            1. Beato Vincenzo Kadlubek
            2. Venerable Verónica Laparelli
            3. Venerable Felice Kebreamblach
            4. Siervo de Dios Jean Leonard

            Exceptuando Dom Felice, las otras causas estaban dormidas, es decir, que ya hacía bastante tiempo que ninguno se ocupaba de ellas. Tuve cuidado de sondear el terreno de estas causas. Algo se ha movido por parte de los monasterios,  principalmente interesados, pero todavía es demasiado poco. Entretanto se han introducido en las diócesis las siguientes causas:

            1. Sierva de Dios Madre María Evangelista
            2. Siervo de Dios Padre Simeone Cardon y cinco compañeros mártires
            3. Siervo de Dios Padre Henri Denis Benoit

             A estas causas se añade la de P. Plácido Grenenec y cinco religiosos de la Abadía de Sticna que, por el momento, permanecen en el grupo de 204 mártires eslovenos presentados a la congregación de la Causa de los Santos por la Conferencia Episcopal Eslovena, cuando, si se decide, el monasterio de Sticna puede separarse de ellos y hacer que la causa vaya adelante individualmente, como así me ha confirmado el arzobispo de Lubiana.  Lo mismo referimos de los irlandeses Padre Gelasius O’Cullenan y Padre Luke Bergin que forman parte del segundo grupo de los Mártires de Irlanda, cuya causa, con otros cuarenta mártires, tiene como actor a la diócesis de Dublín. En este caso no he podido hacer mucho.

            La causa de Madre Evangelista, terminado el proceso diocesano, está siendo ahora analizada por la Congregación de la Causa de los Santos.

            A mi parecer se habrían podido abrir otras causas (pienso en Hungría: el Abad Wendelin y Sor Mónica).
            Un Capítulo aparte es la causa del Doctorado de Santa Gertrudis de Helfta; yo soy el vicepostulador y ecónomo de la causa. La causa a pequeños pasos, en colaboración con la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia y la Congregación Benedictina de Solesmes, va adelante aunque la respuesta del episcopado Alemán no ha sido precisamente positiva y además se siente el influjo de los prejuicios. La Conferencia Episcopal Alemana ha puesto , a mi parecer, muchos pretextos inútiles en cuanto se refiere a la Santidad de vida de Gertrudis, repitiendo continuamente el término “autenticidad”, olvidando que existe en este sentido una tradición consolidada. Por otra parte, se cuenta con el apoyo de la casi totalidad de las Conferencias Episcopales de Hispanoamérica y de otras instituciones eclesiales. Madre Hildegarda podrá tratar mejor esta cuestión. No se trata de dar un título de licenciada a Santa Gertrudis, sino más bien, de estimular a los fieles (comprendidos entre ellos los monjes) a caminar, con los pies en la tierra, -de acuerdo-, pero sobre todo con la mirada del corazón dirigida a Dios: esta es la enseñanza de la santa de Helfta que durante siglos ha impartido a generaciones de fieles, tanto que es la única mujer que en la Historia de la Iglesia se le ha asignado el título de “Grande”.

            Además de esto, tantas persona escriben para tener objetos devocionales de nuestros monjes, por tanto he hecho imprimir libritos, estampas y producido un DVD, que puedan ayudar a los fieles en su camino de fe. A este propósito, mi conocimiento de idiomas es escaso y con alguna ayuda he podido hacer algo en español además del italiano. Si tuviese algún apoyo para las traducciones se podría hacer mucho más.

            Alguno sonreirá después de haber escuchado los términos de objetos devocionales, como respuesta a tal sonrisa, hago mía las palabras de Péguy hacia uno que lo acusaba que su libro sobre Juana de Arco era fruto de ingenuidad porque no tenía un sólido fundamento escriturístico e histórico; Péguy respondió: “En el fondo de lo que piensa (su denigrador), digámoslo sin pudor, es que aquellos que creen (en la santidad) son imbéciles… Que quien cree, no es verdad, es siempre un poco bobo, entre nosotros, un poco estúpido, un poco ingenuo. Él (el tipo que sonreía sobre su Juana de Arco), es uno de los más altos ejemplos de hombres que no creen y pretenden restringir la fe de los otros”. Os invito a no delimitar la fe ajena, en este campo, casi como si nosotros estuviésemos en un Olimpo de personas privilegiadas que, ricas por sus estudios, puedan estar cerca de Dios, puedan hablar de Dios sin necesidad de nada.

            El mensaje de un santo no puede envejecer porque el santo vive en su tiempo concreto el Mensaje evangélico; puede envejecer la forma de vivir este mensaje, pero nunca el amor que ha movido a estas personas y es precisamente en este amor donde debemos encontrar estímulo para vivir nuestra vocación monástica.

            Los santos hablan, también si han vivido hace siglos, de la vitalidad de nuestra Orden: entre los últimos santos y beatos proclamados por el Papa Francisco, más de una decena han vivido en el siglo XVII, el siglo de la Madre Evangelista, otros son de siglos precedentes como Verónica Laparelli, unos quince en el siglo XIX y cerca de veinte en el siglo XX: precisamente en estos días han sido proclamadas las virtudes heroicas de Sor Benedetta Frey muerta en 1913, monja cisterciense del monasterio de la Duquesa de Viterbo: ¿cómo no ver en ella una ejemplo y un estímulo de resignación en la enfermedad no dejando atrás su consagración de monja cisterciense? No olvidemos que los santos son siempre la verdadera actualidad del carisma de una Familia religiosa.

            Cómo no fijarse en la fidelidad al carisma en las palabras de P. Simón Cardon (uno de los mártires de Casamari) que, después de haber sido herido de muerte, dijo al general francés que vino en su ayuda: “Cuando tomé este hábito he renunciado a la ayuda de los hombres. Sometido sólo a Dios, no haré nada para abreviar  mi vida ni haré nada para prolongarla… Yo perdono a aquellos que me han causado esta noche de expiación”. O bien el Padre Felice Ghebre Amlak que consciente de su cercana muerte escribe al prior de Casamari: “Le ruego de obtenerme una gracia, es decir: si como mi muerte es inminente, deseo morir unido a este ideal de vida monástica ya emprendido, y por esto, si es posible, poder hacer la profesión solemne… Yo, vivo o muerto quiero permanecer en este monasterio. Si el Señor me dice de esperar, esperaré, para aquel monasterio que se fundará, pero si me llama antes soy siempre hijo de la Regla de S. Benito, hijo de S. Bernardo y Cisterciense, espero morir así”.

             ¿Cómo no maravillarnos del camino monástico de Madre Evangelista que a pesar de las adversidades, desde su entrada a las Cisterciense Recoletas como Conversa mientras ella deseaba ser Corista, a la fundación del monasterio de Casarrubios del Monte, se mantuvo fiel a su vocación monástica? En una visión la Madre, ve a San Ignacio de Loyola y San Bernardo y el rostro de este último está más resplandeciente; la Madre Evangelista asombrada se dirige a Jesús pidiéndole una explicación, le responde: ¡Pídeselo tú, a tu Padre! En San Bernardo ella descubre la paternidad de la Orden a la cual no despreciará.

            No es posible silenciar tampoco la experiencia  monástica y mística de la Venerable Verónica Laparelli de la que se afirma que: De su Patriarca S. Benito le fueron consignadas una vez las reglas, y del Padre S. Bernardo le fueron comunicadas unas instrucciones exactas que la llevaron a la perfección ansiada[3].

            Haciendo un salto de algunos cientos de años, el Diario de sor Mónika no puede dejar de estimularnos a vivir plenamente nuestra vocación; escribe en el prefacio al Diario el cardenal Hans Urs vonBalthasar: “elige libremente, sin constricciones, la pobreza y espera la misma elección de los demás. Se une en el curso de toda su vida el cielo y la tierra, abiertos: el primero hacia la tierra, la segunda hacia el cielo. La sencilla liturgia en la espiritualidad de san Benito, que todo lo invade –y que la comunidad practica en modestas habitaciones- es el signo elocuente de tal unidad”[4]. Después de haber pronunciado los votos, el uno de enero de 1959 escribe en su Diario: “Me hubiera gustado muchísimo enseñar a los jóvenes (las jóvenes de la comunidad) a amar la Regla, a fin de que se convierta verdaderamente en el pan de sus almas, para que resuene dentro de ellas tanto en la alegría de la fiesta, come en las fútiles dificultades de la vida cotidiana”[5].

            No olvidemos al abad Wendelin que después de ser torturado, fue amenazado que la imagen de la Orden sería destruida a base de calumnias y que tenía 72 horas de tiempo para reflexionar y adherirse a la petición de sus torturadores (admitir que era un espía); él responde: No necesito ni siquiera de un minuto para reflexionar, no hay nada que reflexionar. Las torturas y la prisión continuaron por años.

            Estos sólo son algunos ejemplos de fidelidad intrépida y alegre al carisma monástico de algunos de nuestros hermanos y hermanas; mi misión es la de no hacer caer en el olvido su precioso testimonio: Cristo tiene necesidad de Testigos para instaurar Su Reino y éstos, no lo son de un monasterio o de una Orden, sino de toda la Iglesia.

            Termino con las palabras del cardenal Juan Colombo, arzobispo de Milán en los turbulentos años del post-Concilio: “Cuánto me gustaría que mis sacerdotes tuvieran entre sus manos cada día un libro de la vida de un santo”[6]. Quizás si también los monjes cistercienses tuvieran, cada día, entre las manos un libro de la vida, al menos de un santo de la propia Orden… Os dejos a vosotros la continuación. Gracias por la paciencia de haberme escuchado.
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[1] H.U. von  Balthasar, Sorelle nello spirito, Teresa di Liseux e Eelisabetta di Digione, p. 26-27, Jaka Book, Milano 1991.
[2] Título de la introducción al Studium de la Congregación de la Causa de los Santos, en la Pontificia Universidad Urbaniana el 12 dicembre 2012, por parte del cardinal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos.
[3] F.M. Salvatori, Vita della Venerabile Veronica Laparelli di Cortona, Roma 1779, p. 124.
[4] Monika, Diario, Ediciones Piemme, Casale Monferrato 1996, p. 6.
[5] Ibid., p. 67.
[6] I. BIFFI, Il cardinale Giovanni colombo, Jaca Book, Milano 2012.

28 mayo 2015

P. DAMIÁN YÁÑEZ NEIRA

2014, junto con el P. Gerardo, Superior de Oseira, 
y del P. Plácido actual Prior y ex abad del cenobio gallego.

Hoy el artículo no trata de María Evangelista directamente, aunque sí tiene mucho qué ver con ella. Queremos dedicárselo a P. DAMIÁN YÁÑEZ NEIRA Monje del Monasterio cisterciense de S. Isidro de Dueñas, connovicio del Hermano Rafael Arnáiz (Hoy ya San Rafael) y  como veréis, ahora residía en el Monasterio de Oseira (Ourense).
          A modo de homenaje  queremos dedicarle un espacio en este Blog dedicado a M. María Evangelista, porque a era un gran devoto de ella, por el conocimiento que de sus escritos e historia tenía desde hace muchos años. Él, refiriéndose a estos escritos, insistía que luchara por sacar del baúl, (donde estaban guardados hace casi cuatro siglos) “ese tesoro” que tanto bien puede hacer a los hombres de hoy.

El es el autor de la oración que se ha puesto en reverso de las estampas de M. María Evangelista y que ya  personas de todo el mundo rezan pidiendo favores. Los testimonios que  llegan a este monasterio de palabra o escritos, son numerosos. En esa oración el P. Damián reflejaba el profundo conocimiento que tenía del espíritu y santidad de esta sencilla monja que en el momento actual muy pocos conocíamos. Él vivió desde su Monasterio de Oseira (ya que por la avanzada edad no podía viajar) con gran gozo la Apertura y Clausura del Proceso Diocesano de Beatificación. No dejaba de llamar por teléfono para animar y estimular a seguir trabajando por la Causa. Estaba entusiasmado y contagiaba el entusiasmo. Desde ayer él, goza también ya en plenitud, con M. María Evangelista y todos los santos de la Gloria de Dios. No hay duda, de que ahora desde allí, ese “allí” que está en todos lados y en cada uno, nos seguirá estimulando y ayudando en este proceso y en nuestro caminar hacia Dios, como también lo hace M. María Evangelista.

  
          En la madrugada del día 27 de mayo de 2015, hacia la 1,20h, partió a la casa del Padre nuestro querido P. Damián Yáñez, Neira a los 98 años de edad.

          Era hijo de Alejandro y Tomasa, nació en Morales del Rey (Zamora), el 12 de diciembre de 1916. Fue el cuarto hijo de seis hermanos (cuatro varones y dos mujeres, entre ellas Sor Natividad, Hija de la Caridad). A los 12 años, el 18 de septiembre de 1929 ingresó en el Monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas (Palencia), y se le dio el hábito de oblato el 6 de octubre siguiente, festividad de san Bruno. El 26 de mayo de 1932 inició el noviciado canónico recibiendo el hábito de novicio corista. Hizo la profesión temporal el 25 de julio de 1934, habiendo coincidido en el noviciado los meses precedentes con el H. Rafael Arnáiz desde su ingreso el 15 de enero hasta su salida por enfermedad el 26 de mayo de este mismo año de 1934. El 1 de noviembre en la solemnidad de Todos los Santos de 1940, hizo la profesión perpetua, y fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1941.

          El 26 de abril de 1942 partió a San Pedro de Cardeña con el grupo de fundadores permaneciendo allí hasta el 2 de septiembre de 1944. De nuevo regresó a Cardeña el 22 de noviembre de 1950 hasta el año 1953 en que fue nombrado capellán de las monjas bernardas de la Zaydia que preparó para su incorporación a la Estrecha Observancia. regresó de Valencia en noviembre de 1954. El mismo cometido tuvo con las monjas de Arévalo desde marzo de 1957 hasta el 26 de febrero de 1963 que regresó de nuevo a San Isidro.

          Fue nombrado enfermero de San Isidro el 6 de diciembre de 1963 combinando este cargo con cronista que desempañaba en San Isidro desde 1949, excepto en los años en que estuvo ausente en Cardeña y en las capellanías, retomando este servicio cuando regresaba y hasta el 26 de septiembre de 1966 que fue enviado al monasterio de Oseira donde hizo su estabilidad junto con los demás fundadores el 30 de octubre de ese mismo año.
          A lo largo de su vida el P. Damián se ha entregado enteramente a la investigación histórica de la Orden, especialmente de la Congregación de Castilla y en la elaboración de reseñas biográficas de destacados personajes de la Orden; ha sido destacado cronista tanto de San Isidro como posteriormente de Oseira, y ha trabajado incansablemente en la formación de la biblioteca y del archivo del monasterio gallego.

          Sin poder ser exhaustivos contamos entre sus trabajos más de cuarenta libros escritos y preparados entre 1955 y 2009, además de prólogos e introducciones de otros libros; contabilizamos más de 400 artículos en diversas revistas desde 1947 a 2013 y un largo etcétera de columnas en periódicos locales de Palencia, Burgos, Ávila, Benavente, Zamora, Ourense, Lugo...
           Entre otras actividades merece señalar los cuatro Congresos Cistercienses Internacionales sobre Císter en Galicia y Portugal, que organizó en 1992, 1998, 2006 y 2009, además del que organizó en 1953 en Valencia con motivo de Centenario de san Bernardo; también el organizado en 1969 con motivo del VIII Centenario de la fundación del monasterio de Gradefes (León), y en 1981, con motivo del XV centenario del nacimiento de san Benito, promoviendo un Congreso internacional en Orense.

15 enero 2015

Libro: Diario de oración. Julio Año 1627 -1-

“Libro de la Venerable
M.
 María Evangelista. Año 1627"
La M. María Evangelista, por obediencia a algunas de las abadesas que tubo a lo largo de su vida en Santa Ana de Valladolid, y a sus confesores, escribió en algunos momentos de su vida, a modo de un diario de lo que de Dios recibía en la oración. Por eso, los que después hicieron copias de sus escritos los titulaban y subtitulaban ateniéndose al tema que más se desarrollaba en la doctrina recibida por ella en ese momento.
El escrito que vamos a ir publicando aquí para que todos podáis enriqueceros con ellos, titula: “Libro de la Venerable[1] Madre María Evangelista. Año 1627", No desarrolla un tema especial a lo largo del libro, así como ocurre con otros. Sí como en todos, está presente el tema de la Cruz.

Domingo, 11 de julio

Estando ocupada mientras la oración de la tarde, pasando por los claustros, el Señor desde su corazón me decía que, aunque estuviese por la obediencia más ocupada, no faltaría Él en llevar adelante su obra comenzada.

Lunes, 12 de julio

En la oración de la mañana puso Su Majestad mi alma en cruz, más al vivo que hasta entonces, y con un tormento y quebranto muy particular y nuevo. Y decía que quería perfeccionar su obra en mi, y por el valor de su cruz, hacía bien a las almas del Purgatorio, ya que era día de almas. Aliviaba a muchas y sacaba algunas. De esta manera la tuvo en quebranto, como colgada en el aire, hasta la comunión de la Misa, en la cual Su Majestad mostró que el quebranto nuevo procedía de otro quebranto que a Él le había sido el mayor de todos, que era este: le mostró como una boca del Infierno y cómo en ella cabían gran multitud de almas, ciento y más, por una que iba al Purgatorio y se salvaba; al ver que tanta inmensidad de almas, por sus pecados no se aprovechaban de su sangre, que derramaba como otras veces, en su corazón, le fue el mayor tormento. Y así, le causó a ésta el mayor que hasta hasta entonces, y quedó con él mucho después. Hizo Su Majestad bien por su sangre a muchas almas del Purgatorio.
El domingo, con la cogulla de gracia, puso Su Majestad al corazón de su sierva en una paz muy superior, y tal que no llegaban a él nuevas inquietudes que contra ella andaban en casa, movidas del demonio por medio del natural de una religiosa inquieta .
Prometiole[2] el Señor que algunas veces la visitaría llegando al torno. Y le parece que llegó a dos o tres días Su Majestad en figura de un pobre, muy amoroso y apacible, que muy a deshora, cuando cerraban el torno, llegó a pedir limosna.

Martes, 13 de julio

En la oración de la mañana el Señor se descubrió más de lo ordinario y la bendijo, diciendo que la suya siempre era con aumentos de gracia, y que se los daba para que todos los pasos que diese aquel día fuesen con ella y agradables a sus ojos, pues los del mundo le eran tan abominables[3].

Sábado ,17 de julio

En la oración de la tarde el Señor mostraba la nave que otras veces y decía: María, Yo haré lo que tengo prometido. Yo guiaré a la que va en la nave y a quien la gobierna. Pero advertid que en esta nave principal de mi Iglesia han navegado personas muy ilustres. Con esto mostraba el Señor una gran multitud del coro de las santas vírgenes que seguían con suma pureza al Cordero, y decía: Mirad que os he dado lo mejor de mis tesoros, que es la doctrina más pura que Yo enseñé y ejercité, dando a entender que era menester trabajar como ellos lo hicieron. Díjome también el Señor que ya se habían abierto las primeras hojas de la flor de Santa Flora[4].

Domingo, 18 de julio

En la oración de la mañana el Señor se descubría a mi alma y decía: María, mi yugo es fácil y suave. Y con esto mostraba cómo Él iba en una parte del yugo y yo en la otra. Y decía que Él iba continuamente untando este yugo con el óleo de su gracia para que fuese más ligero. Mostrábase Su Majestad muy liberal por ser día de vírgenes (era fiesta de Santa Marina), y hacía bien al a la comunidad y a muchas almas.

Domingo, 18 de julio

En la oración de la tarde no pude estar en ella, ocupada en su obediencia, el Señor en mi corazón, más claro que lo ordinario y me dijo que aunque yo no podía descansar[5] tan quietamente como antes en la oración, Él cumplía su palabra de no faltar de obrar en mi alma.

Lunes, 19 de julio

En la oración de la mañana el Señor me ponía en el ejercicio y obra de cruz interior muy al vivo, y decía cómo no había cosa en que el alma más creciera, porque trae consigo el ejercicio de todas las virtudes, y es como un tesoro escondido y una mina de valor inestimable, que nunca se acaba de explicar su precio. Y parecía que con el peso de la cruz iba el Señor exprimiendo el jugo y fruto de ella, que era su sangre. Y por este valor alivió a muchas almas del Purgatorio y, en particular, sacó X, el cual me saludó mostrando agradecimiento de lo que se le había ayudado, y decía que por el valor de la cruz le había el Señor librado de gravísimas penas en que estaba.

Martes, 20 de julio

En la oración de la mañana el Señor se descubría y decía: María, los del mundo viven en un grande engaño y error, que mi doctrina y verdad la tienen por engañosa, porque habiendo Yo enseñado desprecio y humildad, ellos se despistan de esto y en todo lo que ponen su atención  es vanidad y soberbia. Y así, se van despeñando en muchos y grandes pecados, sin tener luz de la verdad que debían seguir. Y lo que más es de llorar: hasta en las religiones[6] ha entrado este mal, de modo que son rarísimos los que me siguen y tienen luz de mi doctrina y aman la verdad. Todos, casi, se van tras sus gustos, todos buscan honras y oficios[7] para ser estimados y tenidos, y se desatienden de seguir la virtud y humildad. Hasta en las recoletas[8] hay muchos humos de soberbia, como algunas que se desprecian de traer poca dote o que su dote, o parte, sea de prebendas[9]. No lo hagas tú así, sino en estas materias guarda silencio y humildad.
En la oración de la tarde estaba algo rendida del trabajo del oficio de la portería este día, y postrándose en el coro el Señor se descubría y decía: María, recuéstate en mi corazón y descansa en mí, que es en quien está el verdadero descanso. Y así lo hacía el Señor con mi alma.

Miércoles, 21 de julio

En la oración de la mañana estaba fatigada y falta de sueño, y yéndome a dormir algo, el Señor se descubrió y dijo: Revertere, revertere Sulamitis[10]. Vuélvete a mí para que te vea y me veas, que sin verme no puede haber corona. Entre los del mundo no hay a quien Yo pueda decir esta palabra, “revertere”, porque como se van tras sus gustos, honras e intereses, no son capaces de volverse a mí con todo el corazón, y así, sus coronas no lo son a mis ojos, sino desprecio y deshonra. Tú, para llevar y ganar corona, has de volverte a mí solo, sin que ocupes tu corazón en otra cosa. Y como que el Señor daba y ponía a mi alma en ello; Su Majestad llevaba tras sí todo el corazón y me tenía en sí recogida.
En la oración de la tarde no pude estar en ella por las continuas ocupaciones y, afligiéndome de esto por parecerme que las ocupaciones me apartaban de Dios, el Señor se descubrió, y consolándome (en mi corazón) decía: María, donde quiera que vayas miro todos tus pasos con gracia, que te la doy para que los des con ella y sean agradables a mis ojos. Y con esto iba llevando mi alma tras sí y sustentándola de sí mismo.

Jueves, 22 de julio

En la oración de la mañana, día de la Magdalena, el Señor decía: María, hoy es día de pedir por los que están en pecado mortal, y muy acomodado con el ejemplo de mi querida María Magdalena, que se dispuso tan bien para que Yo le perdonase todos sus pecados. Y te digo de verdad que este día, por lo que amo a la segunda María que eres tú, deseo perdonar a todos los pecadores, y de hecho los perdonara a culpas y penas si trajeran el aparejo que deben, a imitación de la primera María. Y pidiéndole yo por la comunidad, el Señor las bendijo, y fue como promesa y prevención del favor que después les hizo en la comunión de la Misa.
En la oración de la tarde el Señor decía: María, ¿quieres ir con Magdalena al sepulcro a ver si he resucitado? Cuando ella fue y llegó allí no me halló, pero halló dentro las señales de mi resurrección, que eran las señales de mi pasión y mis llagas en los lienzos de mis mortajas. Tú, ahora, entra en tu corazón, que es mi sepulcro, y verás cómo he dejado en él las señales de mi resurrección y pasión, que son mis llagas. En él las he dejado impresas, para que te sean señales ciertas de que he resucitado en el sepulcro de tu corazón, en el cual también he escrito mi doctrina porque tomo valor de mi resurrección, que si Yo no resucitara vana fuera mi doctrina. Y así, las obras que tienen valor son las obras resucitadas y, con el valor de mi pasión y vida de mi resurrección, tales quiero que sean las tuyas, hechas con vida.

Viernes, 23 de julio

El Señor, en la oración de la mañana, decía: María, grandísimo descuido y olvido hay en el mundo de mi pasión, y siendo así que este fue el mayor beneficio que de mí recibió, y en el cual está todo su remedio y su gloria, no tiene cosa más olvidada que esta. La consideración de este descuido me puso a mí de ordinario en cruz, y algunas veces di lugar de tanto sentimiento a mi naturaleza, que ofrecí al Padre sacrificio por remedio del mismo mundo, y olvido, y le fue muy acepto y agradable a sus ojos. Ahora quiero Yo que tú también se lo ofrezcas, poniéndote en cruz, el mismo descuido del mundo. Y como que el Señor ponía a mi alma en cruz con harto quebranto, y Su Majestad se ponía en ella para darle valor a este sacrificio. Se lo ofrecía al Padre eterno por reparo de este descuido del mundo y, de camino, el Señor hacía mucho bien a la comunidad, con aumentos de su gracia, aunque desigualmente, según la disposición de cada una. Y viéndome Su Majestad quebrantada y sin aliento, que lo estaba por lo que Él daba a padecer por el ánima de D. Laysa, dijo: Aliéntate, María, que tus hermanas Módica, Flora y Lucila, y Valeriano[11], no se descuidan de pedir continuamente por vosotros –como Yo se lo tengo mandado– para que vayáis adelante.
Mientras la oración de la tarde estuve ocupada. Con todo esto, el Señor se me mostraba dentro de mi corazón y lo atraía a sí con deseos vivos de agradarle.

Sábado, 24 de julio

En la oración de la mañana el Señor decía: María, anímate y pasa adelante con buen ánimo, que el que echa una vez la mano al arado y vuelve atrás no es para el Reino de Dios, donde solos entran los animosos y esforzados. Los tibios no lo hacen así, que como pierden el ánimo con que comenzaron no llegan a mí, que soy el Reino del Cielo; todo cuanto hacen es con frialdad.
En la oración de la tarde estuve hablando más de una hora con la Superiora, y aunque cosas buenas, pero que no eran necesarias en aquel tiempo, lo cual castigó nuestro Señor con un nuevo quebranto y con reprehensión del descuido, diciendo que si hubiese sido necesario, que Él supliera la falta del tiempo y diera el fruto de la oración a su alma, como si la hubiese tenido en mucho sosiego, pero que no sufría que el tiempo de la oración se emplease sino con Él o en forzosa ocupación de obediencia.

Domingo, 25 de julio

En la oración de la mañana daba al Señor grandes ansias de estarse con Él y entregarse toda a su voluntad. Y decía: María, ¿qué piensas que es beber más o menos de mi cáliz, sino gozar más o menos de mi doctrina y obrar en ella con el desengaño y verdad que Yo enseño? Y así, el que hubiese bebido más de esta doctrina, con obras verdaderas y puras, será mayor en mi reino. Con ésta justifico Yo las almas. Y tanto le puedo dar a beber, que sea agradable a mis ojos a maravilla y Yo haga por ella mucho bien a muchos. Así quiero que beba tu alma de mi doctrina y que llegues a justificarte, de modo que tenga tu alma asiento entre todas las personas de la Trinidad Santísima. Esto quise darte a entender en las tres hojas postreras que te trajo Santa Flora, que son símbolo de las tres divinas Personas. Y la letra significa que todas ellas serán todo para ti y tú para solo ellas. Y quiero que estés entre ellas como los granitos de la flor, que están cerrados dentro de ella, que así quiero que sea tu alma conmigo y con el Padre y Espíritu Santo.
En la oración de la tarde el Señor se descubría a mi alma y ponía en el ejercicio y obra interior de cruz, que es solo donde crece el alma.

Lunes, 26 de julio

Día de Santa Ana. En la oración de la mañana el Señor decía: María, son tantas las gracias que tengo puestas en la cruz que son más que migajas de ella, con ser tan innumerables, como multiplicadas milagrosamente hay repartidas en todo el mundo. Y luego ponía el mismo Señor a mi alma en ella y en la obra interior de cruz muy al vivo; y haciendo trabajar el alma en ella dándole de su fruto, que es el de su gracia, con muchos aumentos de ella. Y decía: María, hoy es día de ánimas y de hacer bien a las del Purgatorio. Y diciendo esto las aliviaba a todas con mayor liberalidad y en mayor grado que otras veces.
En la oración de la tarde el Señor se le mostraba y daba muchas ansias de unirse con Él. Estuve muy ocupada en la portería.

Martes, 27 de julio

En la oración de la mañana el Señor se quejaba del mundo, que lo desconocía a Él y a su doctrina, y decía: María, no hay quien me conozca y obre en mi doctrina y en la verdad que enseñé y enseño. Todos están entretenidos en sus gustos e intereses, y a éstos tienen por su dios y no reconocen otro; cosa digna de ser llorada y sentida de todos mis amigos. Y diciendo esto, el Señor prometía que había de llevar adelante la obra que había comenzado en mi alma, con el poder de su brazo poderoso.
En la oración de la tarde el Señor se mostraba a mi alma mucho más manifiestamente que los días pasados y me decía grandes excelencias de la cruz. Y decía: María, amé siempre tanto a la Santa Cruz, que no sólo –como otras veces te he enseñado– la traje siempre en mi corazón y anduve siempre, desde que tomé carne humana, puesto en ella, para ofrecer al Padre eterno sacrificio continuo por los pecados de los hombres, para aplacar la justa ira que tenía del desagradecimiento y olvido de mi pasión; pero aún tuve tanta estima de la cruz y de su obra, que aun en lo exterior anduve siempre como crucificado. Y aquí sabrás por qué gusté de andar descalzo (este secreto –parece que daba a entender el Señor– no lo había descubierto a otra persona del mundo): fue por una como estima que tuve siempre de la cruz, en la cual traje siempre los pies como enclavados, y con esta consideración y obra continua quise traerlos desnudos, como previniendo lo que después habían de pasar en el madero de la cruz.

Miércoles, 28 de julio

En la oración de la mañana el Señor reprehendía unas faltas que tenía que eran unos pensamientos que me distraían algo de Su Majestad. Y decía que cualquier falta estorbaba su trato y comunicación, porque Él no podía ser visto ni conocido sino de las almas puras. Y particularmente la obra de cruz interior, en que Su Majestad había puesto a mi alma, pedía más pureza, porque la cruz era la que no sufría falta ninguna. Y con esto parece que el Señor iba perdonando y quitando las faltas que tenía, y comunicándose más a mi alma.
En la oración de la tarde dio el Señor luz de la causa por [la] que aquel día me había tenido muy apretada y quebrantada, con mucha copia de lágrimas, tantas, que sin poderlas detener caían de los ojos en el coro y refectorio. Y decía que un religioso, por cuya alma yo padecía, había tenido un corazón muy perezoso y no había llorado sus pecados. Y pues ellos no se perdonan sin contrición y lágrimas, era necesario que yo los llorase; y por esto me había dado aquellas lágrimas.

Jueves, 29 de julio

Día de Santa Flora. En la oración de la mañana estaba muy oprimida y lo había estado desde el día pasado. Y el Señor se mostraba a mi alma y como que ponía su mano sobre mi corazón. Hizo como que lo lavaba o frotaba por dos veces y decía que era necesario purificar el corazón de las faltas que tenía; y así mostraba Él mismo que lo hacía con su gracia. Y con esto apartó del todo el quebranto y pena que tenía desde el día pasado, que era mucha, y desahogó el corazón, y llevó todo a sí, que es el centro de él.
Este día, en la comunión de la Orden, el Señor se comunicaba a mi alma y decía: María, ¿cómo ha de crecer la flor y cómo se ha de abrir si no le da el calor del sol? Si el corazón no se guarda puro y limpio, con mucho cuidado, no podré Yo insuflar el calor necesario en él y, sin calor, no crecerá ni se abrirá. Con esto daba el Señor a entender que las segundas hojas de la flor en que ahora estaba, de la continua mortificación, eran las que más habían de durar en abrirse, y que las últimas del amor recíproco las abría Él en las comuniones. Y lo mostraba, que entonces lo hacía, y ponía en ello a mi alma de modo que yo no podía ignorar que era Su Majestad quien lo obraba. Luego comenzó el Señor a repartir sus misericordias en la Comunidad, y por todo el mundo parece que caían a manera de una lluvia menuda, como maná.
El mismo día en la comunión de la Misa, que fue solemne de Santa Flora y su hermana, Santa Lucila, y San Valeriano, con una conmemoración de Santa Módica, me trajo el Señor los cuatro santos. Venía Santa Módica en medio de las dos hermanas –Flora a mano derecha, Lucila a la izquierda– y, junto a ellas, Valeriano, y todos me saludaron amorosamente y me hablaron. Módica dijo que fuese muy adelante [en] la obra de la cruz que el Señor había comenzado en mi alma y que no desfalleciese, y para ello guardase con cuidado la pureza del corazón, sin la cual no podía crecer la obra de cruz; que ella así se lo rogaba y rogaría al Señor continuamente por nosotros. Flora dijo que pedía al Señor creciese mucho la flor y se abriese con toda perfección para mucha gloria de su divina Majestad. Lucila dijo que le rogaba que el bordado de la cogulla[12] de cruces fuese adelante y que no pusiese yo los ojos sino en la cruz, pues no había otra cosa que así agradase al Señor. Valeriano dijo que él pedía al Señor honrase a los que los honraban y celebraban su fiesta. Y con esto se despidieron los cuatro santos y volaron al Cielo.
Este día me mostró el Señor al demonio Elación, que anda furiosísimo inquietando a las monjas de casa y había hecho efecto en algunas. Yo le dije al Señor que cómo andaba tan rabioso, y me dijo: María, ¿de qué te sorprendes, que es la misma soberbia? Este demonio había tentado mucho tiempo a la prelada pasada contra mí, y ahora, en particular, tentaba a una monja con mucha impiedad.
En la oración de la tarde no pude estar por ocupaciones, pero después me postré en el coro y me quejaba al Señor de ellas (las ocupaciones), temerosa de que me apartasen de la comunicación con Su Majestad y de que por mis faltas, Su Majestad así lo ordenase. Y el Señor me decía: María, a la manera que está un río cuando le detienen su corriente y un padre que con ansias desea aumentar un hijo que mucho quiere, pero algún impedimento no lo deja  obrar como quisiera, así estoy Yo cuando las ocupaciones te impiden de llegar a mí con la quietud que es menester para recibir de lleno mi espíritu. Y mostrábame el Señor cómo era así y las ansias que Su Majestad de esto tenía; me las da a mi grandes de darme toda a Su Majestad y de comunicar de sus tesoros.

Viernes, 30 de julio

En la oración de la mañana, viéndome cansada de ocupaciones y con gana de no pasar adelante en la escritura, el Señor me decía: Al fin, María, si te quito el maná no puedes pasar y si te lo doy te cansa. Allá en el desierto, cuando a los hijos de Israel sustentaba con maná del cielo, se cansaron de él y les daba en rostro, y apetecían las cebollas de Egipto. No seas tú así. El maná que te doy es mi doctrina, no te canses de escribirla. Escríbela, que hay mucha necesidad de ella en el mundo y no tienen cosa más olvidada que ésta, siendo la más necesaria, y sola la necesaria. No veo por qué que lo dejes de escribir: escríbela que es mucho menester en el mundo. Era día de sacrificio y dijo Su Majestad, que en la Misa se haría.
En la comunión de la Misa, que fue por una difunta que la tarde antes habían enterrado en casa, el Señor hacía lo que siempre y derramaba su sangre. Y decía: María, ya te dije que hoy es día de sacrificio y que se había de hacer ahora. Puso luego el Señor en él, con mucho sufrimiento mío, y lo ofrecía al Padre por una religiosa que estaba muy inquieta, por quien yo le había pedido. Y decía: Padre eterno, recibid este sacrificio por aquella oveja, que si hay una descarriada que anda fuera de vuestros pastos y doctrina, otra hay que está en cruz y sigue mis pisadas. Esta os ofrezco por aquella, para que no miréis sus faltas, sino antes la perdonéis y subyuguéis.
En la oración de la tarde estuve ocupada, y volviendo después un rato al coro, estando recogida, me dieron grandes ansias de no faltar a los tiempos de la oración. Y descubriéndose nuestro Señor como en figura humana, aunque solo el alma lo vio, me eché a sus pies con ansias, dándole quejas de que permitía tantas ocupaciones y que daba lugar al demonio para que me ocupase algunas veces sin necesidad precisa. El Señor me apartó de sí, como a la Magdalena, y dijo: No me toques, que estoy resucitado. Yo le repliqué: Pues Señor, ahora no os toco exteriormente como la Magdalena, sino en espíritu. Así es, verdad –dijo el Señor–, pero llegas con imperfección, y estas quejas no traen la pureza de resignación y paz interior que Yo quiero, y esto solo basta a apartarte de mí.

Sábado, 31 de julio

En la oración de la mañana me cargó algo de sueño, aunque no mucho, y el Señor dijo: María, despierta. Y con esto quitó de mí toda la gana de dormir. Y prosiguió diciendo: Los tibios, María, siempre están dormidos, nunca acaban de despertar y echar de ver lo que les importa aprovechar y trabajar en mi doctrina. Todo es olvido de mí y de ella, andan lejos de la verdad, no despiertan a mis inspiraciones.
En la comunión de la Misa el Señor hizo lo que siempre y derramó su sangre aumentando su gracia en mi alma. Y en acabando de comulgar me borró de la memoria la comunión. Yo me afligí mucho y me ocurrieron los pensamientos ordinarios de falta de satisfacción de lo que por mí pasaba. Se mostró el Señor entonces en mi corazón en figura de niño y esto me causó más novedad. Y volviéndome a Él le dije: Señor, ¿qué es esto? ¿Qué novedades son estas? Su Majestad respondió: ¿Qué quieres? Que en el mundo estoy niño, nunca acaban de buscarme en edad perfecta. Todas son niñerías las obras que hacen, aun los que profesan estado de perfección, porque cuando piensan que me tienen es buscando sus comodidades e intereses, y en faltándoles éstos no hacen nada. Y añadió: Permití la distracción y pena que has tomado porque los pecados no se perdonan sin alguna satisfacción, que es siempre penal, y por esto todas las obras que Yo hice en el mundo fueron penales, porque con ellas satisfacía al Padre por vuestras culpas. Y a esta pena que tuviste he aplicado Yo el valor de las mías y le he dado que tenga el efecto que verás. Con esto enseñaba el Señor que aplicaba el fruto de su sangre, derramada en mi alma, a las almas del Purgatorio, y salían de él como una legión de almas llenas de gozo y alegría, caminando al Cielo y cantando alabanzas a la sangre del Señor, por cuyo valor eran libres. Y con ellas iban sus ángeles, que las acompañaban, gozosísimos del fruto de la cruz que llevaban a presentar al Señor en su gloria.
En la oración de la tarde yo estaba algo oprimida con lo que en casa había de dichos y ocasiones contra mí y contra cosas mías, y pedía al Señor las sosegase. El Señor me decía: María, ¿no has oído decir que un hombre tenía convidados y que fue a casa de su vecino a pedir panes que darles, y que aunque no se los quería dar, finalmente, por su mucha importunación, se los dio? Yo tengo a quien dar el pan del fruto que saco de estas ocasiones que, con el valor que les doy de mis obras y pasión, hago bien y sustento a muchas personas de mi familia. Pero si tú eres importuna, vendré a concederte lo que pides y dejaré sin pan a los que se habían de sustentar con él. Con esto daba el Señor conformidad con su voluntad, y deseos de padecer por Él todo lo que Su Majestad quisiere, y desengaño de no pedirle más que el cumplimiento de su santísima voluntad.



[1] Venerable, en aquella época se denominaba a todos los que tenían fama de santidad.
[2] A veces habla como si de otra persona se tratara no se si misma, en realidad se refiere a su alma.
[3] Nota del padre Vibar tachando este párrafo: “Está en la hoja siguiente”.
[4] Santa flora martir
[5] Descansar, holgar.
[6] Monasterios, congregciones.
[7] Cargos
[8] La propia comunidad.
[9] Rentas anejas a un canonicato u otro oficio eclesiástico.
[10] Revertere, revertere Sulamitis; revertere, revertere ut intueamur te. (Biblia Sacra Vulgata, Cantar de los Cantares 6, 12): “Vuélvete, vuélvete Sulamita; vuélvete, vuélvete y te miraremos” (Cnt 7,1).
[11] Santos mártires
[12] Hábito que se utiliza sólo cuando se reza el Oficio Divino en el coro.